Por: Gregorio Gutíerrez González
De peñón en peñón turbias saltando
Las aguas de AURES descender se ven;
La roca de granito socavando,
Con sus bombas haciendo estremecer.
Los helechos y juncos de su orilla
Temblorosos, condensan el vapor;
Y en sus columpios trémulas vacilan
Las gotas de agua que abrillanta el sol.
Se ve colgando en sus abismos hondos,
Entretejido, el verde carrizal.
Como de un cofre en el oscuro fondo
Los hilos enredados de un collar.
Sus cintillos en arcos de esmeralda
Forman grutas do no penetra el sol.
Como el toldo de mimbres y de palmas
Que Lucina tejió para Endimión.
Reclinado a su sombra, ¡cuántas veces
Vi mi casa a los lejos blanquear,
Paloma oculta entre el ramaje verde,
Oveja solitaria en el gramal!
Del techo bronceado se elevaba
El humo tenue en espiral azul...
La dicha que forjaba entonces el alma
Fresca la guarda la memoria aún.
Allí, a la sombra de esos verdes bosques
Correr los años de mi infancia vi;
Los poblé de ilusiones cuando joven,
Y cerca de ellos aspiré a morir.
Soñé que allí mis hijos y mi Julia...
¡Basta! Las penas tienen su pudor,
Y nombres hay que nunca se pronuncian
Sin que tiemble con lágrimas la voz.
Hoy también de ese techo se levanta
Blanco-azulado el humo del hogar;
Ya ese fuego lo enciende mano extraña,
Ya es ajena la casa paternal.
La miro cual proscrito que se aleja
Ve de la tarde a la rosada luz
La amarilla vereda que serpea
De su montaña en el lejano azul.
Son un prisma las lágrimas que prestan
Al pasado su mágico color;
Al través de la lluvia son más bellas
Esas colinas que ilumina el sol.
Infancia, juventud, tiempos tranquilos,
Visiones de placer, sueños de amor,
Heredad de mis padres, hondo río,
Casita blanca... y esperanza, ¡adiós!
Por: Osmir C.C.
Cuando vaya salir de su casa
para donde le de la gana
salga contento
con la frente en alto
y un buen pensamiento
y si no se quiere echar la bendición
rece un padre nuestro
para que en el camino le pasen cosas agradables
y para que tenga cosas gratas
para contarle a sus amigos y compadres
si al fin de cuentas la vida es corta
nos la debemos de alegrar todos los días
lo que se fue se fue
lo que paso paso
y mucho importa
si fue bueno
si fue grato
si hubo alegría
seguir luchando seguir viviendo
viviendo alegres todos los días.
Por: Ana Ligia Iginio L.
Siendo solo una niña yo te admiraba
sentadita en un cerro te contemplaba
al disfrutar de la mañana fresca,
y dentro de mis sueños yo te plasmaba
pensando que algún día te disfrutaba
viajando por tus aguas libres y esbeltas
y mientras que en el cielo el sol brotaba
altivo y coquetón en ti se miraba
y eso más aumentaba tu belleza.
Yo fui creciendo igual que en tus orillas
Iban brillando puertos como estrellitas
y en las noches te mirabas más bella.
Y el destino cruel
poco a poco de ti me fue alejando
donde no podía disfrutar la naturaleza,
yo te añoraba con inmensa tristeza
lo que más extrañaba de mi pueblo
era ver en el horizonte tu grandeza
mirar como a los lejos entre montañas
aparecías tú como una hebra de nieve
que adornabas nuestros amaneceres.
Como bañabas con amor la tierra
Cómo hacías agradable los despertares
Como me transportabas a otros lugares
Cuando estaba invadida por la tristeza.
Aún recuerdo mi río Magdalena
cómo te contemplaba cuando las penas
ya no cabían muy dentro de mi alma,
y al mirarte allá en el horizonte
donde el cielo se confunde con las montañas
podía sacar del corazón las penas
y sentir que con mi alma de poeta
podía alcanzar unas metas muy altas.
Mas nunca imaginé que igual que me ocurría
a ti también te robaban la alegría
todo por culpa de esta maldita guerra.
más te vi imaginar que tu
al igual que yo sufría
por la sangre derramada en la tierra
tú en carne propia vivías las tristezas
de tantos que en tus aguas arrojaban
sin medir el dolor que con esto causaban.
Cuantos recuerdos guardas Magdalena
en tus recodos tus aguas y tu arena
en tus orillas vestidas de esperanza
como quisiera inspirarte confianza
ser tu provisame y que fueras mi abrazada
que me contaras lo inhumano
pues me lo dicen tus ojitos tristes
lo leo en tu rostro de niña destrozada
tus aguas cuentan lo mucho que sufriste
cuando con sangre tu fuiste manchada.
Y al viajar por tus aguas me contabas
como al igual que yo sentía impotencia
como te duele ver tanta inclemencia
sin que tu pudieras hacer nada,
claro que con tus brazos arrullabas
los cuerpos que sumergías con tristeza
y escuchaba tu voz en el silencio
mientras viajaba contemplando tus aguas
y con melancolía me contabas:
en mi cause arrojaron muchos cuerpos
Mi rostro fue manchado con la sangre inocente
A mi piel lastimaron, le causaron heridas
y no pude calmar la sed al pobre agonizante.
Soy Magdalena
escondo en lo profundo mil secretos
y no quiero llevarlos a la tumba
hoy son miles las madres que en mi piensan
cuando en las noches las desvela el insomnio
y piensan si sus hijos yo les guardo.
Soy Magdalena
no soy culpable de ser un cementerio
y no es justo que guarde tantas penas
mis aguas eran claras y serenas
y hoy solo ha quedado tanto dolor
que corre por mis venas
son los muertos que llegan del Oriente antioqueño
y de otras partes
y me pregunto:
¿cuándo podré de mi dolor sanarme?
solo cuando me libre de las penas
que he guardado tan dentro de mi alma,
solo cuando reparen tantos daños
podré volver a tener mis aguas claras,
cuando no vuelvan a derramar más sangre
cuando demuestren que se han arrepentido,
cuando no digan que es con perdón y olvido
y reconozcan que se han equivocado.
¡Pobre Magdalena!
Quizás por llevar ese nombre
fue condenada a guardar tantas penas
por ser el corazón de Colombia
así como María Magdalena
fue destrozada por la sangre que Jesucristo derramó en la cruz
el Río Magdalena fue destrozado por la sangre que los grupos armados
derramaron en nuestro país.
Por: Osmir C.C.
Lo blanco es bello
y lo bello una sinfonía
una sinfonía es la gente
que lucha con amor
todos los días
sus sonrisas dulces
y el calor que llevan
es la paz, la calma
es la fe y la entrega
es la luz que alumbra
en el faro del alma
a la orilla del mar
con sus aguas mansas
es lo dulce y lo suave
de una voz con arpas
silencio en la noche
cuando las armas callan
y el hombre en sus sueños
escala montañas
o en sus viajes astrales
se encuentra con almas
de la gente buena
que en paz descansan
y el hombre cansado
de escalar montañas
y llega a la cima
y queda extasiado
de tantas maravillas
que siempre ha ignorado
porque vive ciego
porque no ha querido
ver lo bello bello
a lo mal olvido
si nunca pensamos
a que hemos venido
la vida es la vida
y no una ruleta
ruleta la vida si le sé jugar
ganando y sirviendo
sirviendo y ganando
para no llorar
llorar de alegría,
llorar por amor
cuando hay lealtad
cuando no hay dolor
el camino es coto
una bella flor
adiós.
Por: Francisco Mejía
Bola iridiscente de fuego y cielo
en mi corazón explotas como manantial divino,
en mi pecho vives y en mi pecho mueres.
Oh vendaval del cielo, acúñame a tu regazo de antorcha eterna
en el plenilunio de este ocaso irreversible.
Ahora que tu flecha de candela se posa en mis ojos,
despavorido, me acerco a mi brazalete antiguo de plumas y de escamas,
majestuosamente vestido, de lucha de pan y sangre
y del divino olor húmedo de hembra amante.
Hay un horizonte vasto de pedernal y almizcle
que circunda en un derredor de humanidad vecina
con suspiros de alma y mirada de un cristal encantado.
Vienes luna con lucero de la mano
a recordar un cielo que ya se ha ido,
para traer la melancolía del horizonte desaparecido,
naufragando en espumas de crepúsculos,
con despedidas de pájaros transparentes,
y señuelos despavoridos de almas desbocadas.
Crujen en la hoguera la braza y la carne viva,
para que un colchón en flores, explote en pétalos rosados
sobre una cama vencida por el peso de la carne
y la gravitante esencia de unos huesos que se funden.
Ah, mis ojos quieren volver al tiempo del inefable recuerdo
preso de una realidad confusa y distante,
que muere en noche y amanece en día.
Sólo así, despertar en silencio de amaneceres de luctuosos astros
en un calor de sangre nueva, entre unos brazos cansados de abarcar un pecho.
Así, continúa la estrella de la mano su sideral camino,
mientras el bosque duerme en la oquedad de un risco,
mientras todo, se abraza bajo el manto aciago
de un recuerdo inefablemente inolvidable.
Las brazas vuelve a ser hoguera irremediablemente:
la noche día, el agua nube, y nosotros,
un cúmulo de brazos de delicada urdimbre.
Te ovillo amada en mis delicadas cuerdas,
para que el aroma de montaña despertada
en pletóricas copas de copiosas nubes
se vierta en mi lecho de hoguera tibia,
para cubrir las ascuas de mi febril suspiro.
Por: Francisco Mejía
Barrio, comuna o villorrio de polvo cocido y taciturnas calles.
Convergencias de géneros desterrados del maíz,
y de tallos quebradizos de patas de pájaro.
Horizonte de barro, techumbres de hojarascas de otoño
falsos suelos de laderas empinadas, convergencias, divergencias…
Improvisaciones de asustados cuerpos en caída libre,
sobre mesas piratas de cemento, barro y zinc.
Amontonadas cajas de cartón, sobre agujas sin ojales
en huida del silvestre mundo de tierra virgen,
por codicia de sombras truculentas sin elixir, sin clorofila, sin hilos.
Entre telarañas de empresas de faroles grises,
aguas migratorias de desolados montes,
canillas de plumas, codos y gotas de sangre.
Cielos agujereados por eléctricos pelos,
cabelleras imperiosas de monopolios sin luz, sin nombre, sin madre.
Tú derrotada piel, cubre ya todo de afiliados dientes, que cuelgan del cielo.
Descontentos y desteñidos trapos,
bajo un sol azul de sudor y sal:
como danzantes réplicas de bufones con trajes vacíos
que ya no tocan la original madera de vetas verdes,
ni el aroma de las poncetias en la navidad del monte,
sino guirnaldas de coca- cola y recicladas flores, asimiladas al olvido.
Al lado del general desnudo, con sombrero volteado,
sin galardones, sin estrellas, sin soles, sin espada y sin cobija,
a punto está, de desprenderse de sus cuerdas flojas,
como títere vencido en telaraña ajena.
Aúlla con voz de perro y sonido de trompeta,
saludando al bus alado que sin ruedas cae del cielo,
para seguir rodando como locomotora de pesebre, o como un alud de latas.
Al borde de las intrincadas callejuelas, cajoneras de fábricas humanas,
pulen piernas, brazos, ojos, y pechos para la feria de las máquinas de huesos,
en los ríos de los caimanes, de anteojos y sombrillas coloreadas.
Ahí están las arcas de pandora con tocados de tigres de bengala,
plumas de serafín y zapatillas de rubí.
Era el día de las banderitas:
izaban huesos con perdigones de maíz y arcabuces de caña.
La batalla del enojado arado culminó con palas y azadones,
con caucheras de refinadas gomas con pechos de coladores
y aguamasas de panela y sangre.
Todo se cubre de un olor mortal y hedor a peligro:
Unas manos de roca llenas de ira, arañan el adobe encalado de cielo veredal
de paredes gastadas por campanarios y cornisas embarbadas.
Pasa una lengua del tiempo, lamiendo los palafitos del descanso inhóspito
para que la artillería de la lluvia,
no se derrame sobre las orejas de sus vivientes almas.
Que nadie se pase de barrio, que nadie mire lo que no se debe,
que nadie salga en la noche, que nadie se descalce en la calle,
ni nadie diga nada, si las paredes hablan, comen o miran a sus adentros.
Suben cuerpos en la noche tanteando por paredes,
con copas de ojos muertos.
Hay tardes en que las ventanas lloran lágrimas de vidrio
y los espejos miran las calles desoladas,
mientras haya pirotecnia en bacanales de pirómanos.
Hay tardes con sancochos de aguardiente, al carbón de marihuana
en calles sin fin, sin patria, cubiertas de telarañas negras
pisando las familias del suelo de adoquinados senderos:
de lapidas de asfalto, cajones de barro, abarrotados de pájaros grises,
turba de corazones caminantes, con megáfono de roca y cemento
mancha de agua gris: ¡buscarás de nuevo la orilla de tu cause!
sobre las huellas del fatigado caballo
que regresó a su pradera de floripondios y pastizales verdes.
Por: Francisco Mejía
Es una mañana anegada que llora en torbellinos
contagiando ríos, calles y pastizales con su triste llanto.
Hasta mis ojos se humedecían del lamentable cielo:
nubarrones que amenazaban con salitre el suelo
en la sequía de un triste leño que cayó del cielo:
y cayó sin ramas, y sin nada, en el robledal de un patio ajeno.
El viento confundido en el vaivén de los tupidos copos
se mecía en una cuna, ululando calma con silvestre canto.
Desapareció la lluvia, con brazos de remanso para besar la luna
secar las hojas y probar el plateado queso en un corral de estrellas.
Ahora que el viento se viste de hojarasca
burka de pétalos dorados, y oropel de sol en miel de abeja,
para despedir el día de otoñal encanto.
Gimiendo entre raíces de un silencio enamorado,
se detiene en el portal del viento, un otoño que no vuelve:
es un día como todos pero un día que no vuelve.
Recuerdo entre tus piernas esa última estación:
cuando mi rostro se desteñía con tu infernal abrazo
al mojarse de lluvia en tu profundo ocaso.
Yo sigo como volador sin palo
revoloteando en el dosel de un bosque
esperando a que las flores se confundan con estrellas
y la tempestad se moje de recuerdos,
para echar mis redes y atrapar tu llanto.
Por: Francisco Mejía
Hacia lo que los ojos me decían voy,
con una nube en mis párpados, imaginaba:
una humedad de ataúdes viejos, pobremente envejecidos,
esperando con aliento de baúl ensimismado
el despertar de un muerto en vida.
Soy un sobreviviente del buque, que hace luto a su madera:
dejo las vísceras de navegante con humedad de nacimiento,
dejo mi corcel de sombra, atado a un madero
materia de seres, con el frío sentido del pasado,
y sostenido por la luna, en las noches de menguante.
Del ayer incorporado, de novelas ojerosas, muletas de hueso,
cruz de frente, cenizas de miércoles matutino
y maderas contenidas para abarcar un cuerpo.
Ya esperan en la carne el final de hibernación,
los depredadores, que ahítos morirían de ti
y el humo de la madera será ese signo
del inconfundible rostro, de polen y azafrán.
Los agapantos y los lirios mustios, ya cansados
dormirán contigo, definitivamente:
asoleados de llanto, interminablemente pronto,
lo más pronto posible, definitivamente,
arderán sus huesos, serán cenizas de otros huesos
alquitrán, humo blanco definitivamente.
Te irás con el pie y la mano, hechos fuego de antorcha
al solar vecino, inmediato al río, inmediatamente,
obligatoriamente humano, dormirán.
Arrópame en este crepúsculo de hebras
mientras el día trabaja su mortaja de luceros.
Que extravagante el banquete de al lado, definitivamente:
infusión de sándalos, saleros con lágrimas, y toallitas de alcanfor.
Por: Francisco Mejía
Creo en dios a todas horas,
si es la lluvia y el hambre de los hombres
si es el mar, el cielo y la tierra su planeta.
Creo en su tristeza cuando hay silencio
y en la alegría, si él es viento efímero de nubes.
Veo su mano acariciar un monte,
su pie cansado posarse al pisar la tierra
su sangre en lluvia al caer del cielo,
como rayos lúgubres sobre el alba débil.
Y siento a veces su torpe e inmaculada risa
con estornudos de arreboles de celestial abrazo.
Creo en el hijo de los mares al cubrir la tierra,
en su madre luna de gélida mirada,
y en el espíritu de su ineficaz justicia:
hombres en playeras de ríos de oro
y mujeres con bateas de pies de lodo.
Creo en Dios, en su manifiesto abrazo:
ramas en tupidos montes,
el beso oceánico al hierro de un buque muerto
y todo lo que se despida con sal de ojos
en la mar profunda de oscuridad y olvido.
No es Dios cosa de locos, cuando todo es Dios
cuando todo es agua, cuando todo es tierra y cielo.
He visto el paisaje de un Dios de noche
en el latir de un perro a la distancia
marcando un tiempo, buscando un eco,
arrullándose en un claro de luna de piel de lobo
sobre la ciega sombra de una hamaca con pecho de mujer.
Me pregunté un día: ¿por qué le llamaban Dios,
y no, árbol, sol o piedra?
pues son materias de sustancias puras,
de digestión sublime y dorados bordes, dije:
te seguiré llamando como tú quieras, como ven mis ojos
que son profanos porque no ven, como quieres que te vean
ni mis oídos escuchan como quieres que te oigan.
Oí al viento entonces, pasar jugueteando por mi frente,
desnudo con mis ojos, haciendo el amor al aire.
Vi a un niño también como a un remolino de risas,
morirse de alegría y de sonrisa innata,
mientras otro, agonizaba bajo el puente aciago del destino.
Es la obra de una trémula mano
es la mano de tu nombre Dios.
¡Oh Dios, gran océano!
por tus dones y tus destrucciones, heme aquí
a la diestra de tu creación bendita
en mares tupidos de batallas
en ciudades de brazos y piernas que se chocan
en delirios de codicia y abandono,
que se hunden en leguleyos ábacos de filibusteros.
¡Oh gran mago descarnado!
desapareces cuando aludo tu certeza
tu silencio es espejo de mi vida,
tu vida, en mi muerte se prolonga
para ser último en los errores de tu lista.
También te veo allí, porque en todas partes vives
y en todas partes naces, ¡oh padre todo poderoso!
piel de roca, corazón de piedra, montaña de mi barrio.
¡Que así sea, por los siglos de los siglos…
Por: Francisco Mejía
No se para de sentir un sueño de la mano,
en un paraíso, de nubes derrotadas sobre un dosel
que piden ternura al caer del cielo,
y claman subir de nuevo a cobijar pasiones.
Faltan unos segundos para terminar este nocturno sueño,
y explotar en el infinito, para convertirse en afán de un día.
Se pinta en el paisaje una noche ahora, apagada de luceros:
desaparecen con vapor de nubes
adioses de pañuelos blancos en los árboles,
hamacándose en mutismos encelados.
Un rocío de selvas encantadas se posa en el Piedemonte
con primaveras de vientos de robadas hojarascas:
cebras de rayas rojas durmiendo ensueños de despedidas,
en el portal de un verano inacabable
con pájaros sin canto en un silencio enamorado.
Sobre el azul sofá de la pradera, refinadas curvas:
así espera noctámbula la aurora el rocío de media noche:
desmayarse en caída libre sobre un vergel de cumbres:
oquedad estrecha de piel de luna de labios rosa.
Todo en la inmensidad de un olvidado bosque
que renace en el despertar de un día,
ávido de arcanos mundos cada día
ajeno de prestigios de miseria humana
carente de ilusiones, en un mundo que no tiene tiempo,
que no tiene afán de morirse un día:
ebrio de vapor nocturno, caricias silvestres de aroma embriagado
de una cebra de rayas rojas de piel de luna.
Por: Francisco Mejía
Obrera de colmenas y pastos verdes
tu enjambre aun en alas vuela,
en polen de estrellas siempre, perfumada leña,
pasión de loca estrella en peñol de tierra.
Desde el cantil de una escarpada roca
sueños de abeja de empalagosa rosa,
almíbar de leche, miel real, oh jalea deliciosa.
Collares de girasoles en tus blancos pechos
orbitan en el néctar de tu dulce boca.
Insómnica amenaza para un pecho que duerme en celo:
Que más vida que el grito de la espuma al engendrar poemas.
Así, como la sangre de miel se atrincheró en mi pecho
para fecundar con hiel de cielo
el barrullo inmenso de tu corazón sediento.
Quiero ser tu sangre y convertirme en piel
quiero ver la sangre de mi sangre en un vientre de miel dorada
y que haga erupción un hijo del fondo de la tierra,
en valles intransitados de raíz de datura y bejucos de ayawasca.
Persistiré en coronar tu esencia de luctuoso ámbar
en medio del inesperado vuelo de nubes pasajeras.
Zumbas en el río, oh reina fecunda!,
energética obrera de pechos dorados
lujuriosa abeja en tu volar de huida,
las flores sucumben como desmayados besos.
Junto a tu cintura de aros negros
tállame con tu pecho, caracola de los aires
entre la orquesta de lo divino y florido
dejando el halo de tus piernas y tu polen.
Y te vas, y te vas yendo, con el rocío a morir en yerbas secas
en desiertos de hormigón, de un capricho y un secreto.
Cascabel de uvas, collar de inciertos
callosidad de ubre en tus manos
sobre tu vientre hay leche derramada.
Desde mi hamaca veo, un festival de cabelleras de poniente
unas olas golpeando el crepúsculo en tus caderas enardecidas
queriendo como sementeras, de prolíferas dormideras, abarcarlo todo.
Y así llegaste un día, con la niebla a las corolas de mis montes
cómodamente en fuga, de un cepo de aurora gris,
cómodamente tímida, valerosamente libertaria.
No soy más que un náufrago que vino a fecundar tus playas
con semillas de poemas, arreboles de un cielo descarnado
y mil cigüeñas paseando un beso.